Pumori, la hija del Everest
viernes, 15 de octubre de 2010
Epílogo de la llegada a Katmandú y la llegada a las montañas "Segunda Entrega"
7:11 |
Publicado por
pumorisangabriel |
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Todo comenzó con un convulsionado Ecuador. Luego de muchos meses de preparación, de salir a correr, de salir a la montaña, finalmente llegó el día. El sueño parecía caerse un día antes, con el cierre forzoso del aeropuerto y la posibilidad de perder todos los vuelos. El país de la incertidumbre. Es mejor dejar a un lado el tema polémico de la política: solo voy a decir que me fui profundamente triste por todo lo que pasó ese jueves, por el altísimo nivel de violencia que nos hace mucho daño a todos y no resuelve nada. Tema para otro blog.
El viernes no dormimos nada. El objetivo era llegar a las 2 a. m. para embarcarnos en el avión a Miami de cualquier manera. De lo contrario corríamos el riesgo de perder las conexiones. El esfuerzo valió la pena, nos atendieron primero y de a poco se me fue el sentimiento de que el viaje se iba a truncar, sentimiento que me persiguió durante todo el jueves de una forma extrañamente pesimista. Sentados en el aeropuerto bostezando, hubo tiempo para acordarse de las cosas que se nos olvidaban (léase el cargador del celular de Mauricio y las botas de trekking de Sempi). Poco a poco me regresó la tranquilidad y me hice a la idea de que estábamos a punto de viajar a los Himalayas, al menos luego de que nos sentamos en la sala VIP del aeropuerto de Quito, gracias a Peter.
Salimos tres horas más tarde a lo previsto, sin haber dormido nada pero felices de haber sobrepasado el obstáculo. Como es lógico, llegamos tarde a Miami, pero con el tiempo justo para poder abordar el vuelo a Los Angeles. Todo iba bien hasta el momento en que el Marquito decidió ser muy sincero y declarar el monto de dinero que llevaba como nuestro tesorero de expedición. Su sinceridad hizo que el oficial de aduanas le invitara a pasar a una sala sin en privado, sin que él supiese por qué. Afortunadamente, pronto se dio cuenta de que se trataba de la declaración del dinero, y con eso pudo explicar su gran responsabilidad dentro de la expedición, lo que evitó un examen más profundo de su ser.
Tuvimos que seguir porque el tiempo era justo para el siguiente vuelo. Peter se quedó solidariamente a esperar al infortunado. Al menos en ese punto había fácil solución por la gran cantidad de vuelos que salen hasta Los Angeles. Cinco horas después, en un aburrido vuelo interno en el que sólo el agua era gratis, sin haber almorzado ni dormido, finalmente llegamos al segundo destino.
En ese avión nos tocaron puestos diferentes. Junto a mí se sentó una señora colombiana de 60 años que iba a visitar a su hija. Estaba muy nerviosa. No hablaba inglés, así que se sintió más tranquila cuando se dio cuenta de que su compañera de viaje era ecuatoriana. No pude evitar acordarme de mi mami; me dio tanta ternura que traté de tranquilizarla durante el vuelo (ella tenía la idea fija de que su maleta se iba a perder). Al final del vuelo la acompañamos a ver la maleta. Me dio gusto ver el momento en que se encontró con su hija.
La llegada a Los Angeles, luego de todo el trajín y sabiendo que recién estábamos a mitad de camino, cuando aun faltaba un vuelo a Hong Kong de 15 horas, fue más agradable de lo que me imaginé. Nos recibió el tío Dany, el Cantón, Kiki, y la familia (tíos y primos) del Mauricio, gente que nunca o muy pocas veces había visto en mi vida. Sin embargo, me sentí como en familia. No es solo es espectacular que te recojan en el aeropuerto, que te lleven a su casa y te preparen una comida especial (ceviche y bife): más allá de eso, es la actitud y el cariño que sientes con gente que te desea toda la suerte y te apoya sin siquiera conocerte.
En cuanto a los del Club —caso extraño—, cuando se ven y se reconocen vuelven a tener 15 sin importar la edad que en realidad tengan. Hacen chistes, se molestan unos a otros, tienen su propio lenguaje, siempre sintonizados en el mismo canal. Es extraño, pero disfruto mucho de escucharlos. Pueden haber vivido en países distintos durante veinte años, tener otra vida y verse diferente a lo que eran. Sin embargo —como me dijo el tío Dany— hay cosas que no cambian: una es la voz, la otra es lo que son en esencia. Chévere experiencia estar con ellos. No faltó la guitarra y las cervecitas: parecía sesión del Club sucursal EE.UU. Finalmente llegaron Marquito y Peter. Con el grupo completo y un par de rones encima, marchamos hacia el aeropuerto con la confianza de que el Sempi no se nos quedaría en la aduana. Las 7 horas de espera pasaron rapidito.
No dormir todo un día y dormir durante el vuelo a Hong Kong me pareció la forma ideal para combatir el jet lag. La señora que estuvo junto a mí en ese vuelo se admiró de mi capacidad para dormir, pero había que considerar que llevaba muchas horas sin pegar los ojos. Me desperté descansada a las 7 a. m., hora de Hong Kong. Tengo mucha confusión con todo el tema horario, así que solo voy a decir que ésa era la hora y que habíamos pasado casi 15 horas en el aire. Por cierto, excelente el vuelo en Catay Airlines, muy buen servicio. Fui enormemente feliz cuando me di cuenta de que se podía ver toda clase de series y películas que uno escoge directamente en su pantalla individual.
Llegamos a Hong Kong cerca de las 8 de la mañana. Por suerte nos esperaban 10 horas libres para ir a conocer la ciudad. Comenzando por el aeropuerto, que es impresionante, Hong Kong es la ciudad más avanzada que he conocido: todo funciona como reloj. La emoción de estar en un país tan lejano y diferente hace que uno quiera tomar fotos de todo. Nos fuimos al centro en tren, lo cual tomó 24 minutos. Era domingo y la gente se veía relajada; seguramente la actividad de los días entre semana es mucho mayor.
Me sorprendió que las personas, en promedio, son de mi tamaño e incluso más pequeñas. Son gente muy delgada, blanca y de rasgos orientales. Pudimos tener una idea básica de lo que es Hong Kong en esas horas. Paseamos por la ciudad —que está diseñada para ser peatonal— y subimos en ferry a una loma que funciona como un mirador lleno de locales comerciales. Es increíble el nivel de vida que se tiene en esa ciudad. Los edificios son increíbles, y los sistemas de transporte muy desarrollados. Aunque me costó creerlo, la ciudad tiene mucho menos contaminación que muchas otras ciudades con menor densidad poblacional.
Hicimos un rápido city tour. Nuestro objetivo era encontrar un buen chaulafán, pero descubrimos que ese es un invento netamente ecuatoriano, no hay nada que hacer. Al fin nos sentamos a comer en un lugar de comida china bastante agringado. Estuvo rico, pero tuvimos que pedir 12 platos hasta saber cuál era el chaufarín. Le atinaron solo a uno.
El vuelo hasta Katmandú fue de 5 horas. Con un total de 30 horas en el aire, estábamos ya cansados de tanto avión. El vuelo hizo una pequeña parada en Dakha, Bangladesh, escala de la que yo no tenía conocimiento. Nos habían sentado en puestos diferentes, pero el Edu se acercó a donde mí para contarme que su compañero de viaje era de Bangladesh y se bajaba en esa parada. Sin embargo, no todos tuvieron la suerte de enterarse. El doctor Palacios, muy confiado, se bajó en Dakha para comenzar la expedición… Por suerte cayó en cuenta pronto y regresó al avión: se dio cuenta de que no estábamos jugando a las escondidas, sino que de verdad nadie más se había bajado porque todavía no llegábamos. Le tocó abrir la puerta del avión casi con la cédula para poder entrar de nuevo. Burla general.
Llegamos a las 10:20 de la noche del domingo a Katmadú. ¡Qué primera impresión tan impactante! Mi padre me había advertido que la ciudad es una Quevedo en el Asia. Luego de venir del primer mundo de Hong Kong, nos encontramos con una ciudad muy pobre, con poca luz, totalmente sin vida a esa hora. Me acordé de algunas ciudades de la costa ecuatoriana, porque además el clima era cálido. Apenas saludamos con el resto de la gente de la expedición —que había llegado días antes— y nos fuimos a dormir, por fin en una cama.
A partir de eso todo ha sido como un sueño. Yo no puedo creer todavía que estoy del otro lado del mundo, en medio de la cordillera del Himalaya, rodeada de paisajes indescriptibles. Es difícil hacerse a la idea de lo que estamos viviendo; sólo puedo decir que cada momento me siento más afortunada. Podría describir una serie de detalles, pero es mejor verlo en imágenes. Varias veces leí en el Internet que Katmandú es una ciudad que despierta pasiones: o encanta o genera todo tipo de malestar. Yo apenas puedo decir que es caótica pero con mucho colorido. Algo importante es que, pese a la pobreza extrema que hay en el país, existen bajos niveles de delincuencia, pues la gente de verdad vive la religión que profesa (o las religiones, porque son varias). Para comprobarlo no hace falta más que ver a gente: es gente buena.
Todos estamos tratando de vivir intensamente. No importa el cansancio, ni las madrugadas o el esfuerzo, todo vale la pena. Somos muy afortunados, no solo porque hemos podido viajar, sino porque estamos entre amigos. Ésa es la mayor fortuna. Puede sonar trillado, pero lo cierto es que entre quienes estamos aquí hay más cercanías que distancias. No importa las edades, los géneros o los gustos. Todos aquí somos muy diferentes, pero en el fondo algo nos une. Imagino que es el cariño.
Disfruten las imágenes, y gracias por seguirnos y apoyarnos. Un abrazo desde El Himalaya.
L.O.
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El Grupo Ascensionismo del Colegio San Gabriel lleva 65 años de continua actividad montañera y como grupo a organizado expediciones a Los Alpes, Aconcagua, Mackinley en Alaska, Cordillera Blanca del Perú y Cordilleras de Bolivia y ahora nuestros objetivos nos llevan a la Cordillera del Himalaya en Nepal.
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