Pumori, la hija del Everest
jueves, 21 de octubre de 2010
Katmandú, 20 de octubre de 2010. (Reporte especial)
21:04 |
Publicado por
pumorisangabriel |
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Katmandú, 20 de octubre de 2010
Han pasado ya veinte días desde que llegamos a Katmandú para comenzar esta aventura al otro lado del mundo que, ahora, y desde la experiencia que yo viví, quiero contarles.
Debo confesar que antes del viaje tenía miedo. Miedo a lo desconocido, a venir a un país de una cultura muy diferente a la mía. Miedo, también, porque sabía que Kari y yo íbamos a compartir con el grupo solamente la mitad del camino, hasta el CB, luego de lo cual las dos regresaríamos solas por un territorio desconocido. Esa era la única opción que teníamos si queríamos unirnos a la expedición.
Sin embargo, los miedos se disiparon de a poco. Primero, porque estaba con amigos que me cuidaban y guiaban todo el tiempo. Y segundo, porque, pese al caos que existe en Katmandú, la agencia, los guías y principalmente el Ossy se habían encargado de que todo esté bien organizado para las dos chicas del trekking.
Ir hasta Lukla, la ciudad de donde partió el trekking y la expedición, fue toda una aventura que ya lo habrán leído anteriormente en el blog. Yo recuerdo que pedía que la avioneta no se cayera para seguir con este increíble viaje. Afortunadamente, el avioncito no se cayó y, al contrario, tuvimos un vuelo placentero, con un hermoso cielo azul, la vista de las montañas en todo su esplendor y un suave aterrizaje.
Todo el primer día parecía salido de un cuento. Recuerdo que la emoción no me cabía en el pecho al ver los paisajes, la gente, los yaks. Era increíble. ¡Estaba en los Himalayas! Por otra parte, el esfuerzo no era mayor. Pronto hubo un receso para el almuerzo y luego llegamos al primer Tea House, donde descansamos plácidamente. Casas de colores con flores en los jardines, aire puro, ríos, piedras, vegetación muy verde y montañas componían un paisaje perfecto. Me faltan palabras para describir lo feliz que me sentí ese primer día de la caminata.
En los días siguientes la ruta se fue complicando. Empezamos a una altura de 2.400 m y debíamos finalizar a 5.300 m, en el CB del Pumori. Ése era el objetivo. Además, la aproximación la íbamos a hacer, más o menos, en la mitad del tiempo de lo que la hacen los grupos de trekking normalmente, considerando que vivimos en la altura y que la mayoría tenemos un estado físico mejor al promedio.
Nunca me preocupé realmente por la altura. En Ecuador, las veces que había estado en la altura no me había dado ni siquiera un dolor de cabeza. Así que yo iba lo más rápido que podía en el trekking, en parte para demostrar al grupo que estaba bien entrenada, y, en parte, por un dopaje de emoción y adrenalina que tenía por estar allí. Los días eran cada uno más hermoso que el anterior. Teníamos días de sol, completamente despejados, con los increíbles Himalayas que aparecían, de repente, tras la primera curva.
Para quien no haya vivido la experiencia, puedo decir que ir de trekking es mágico. Al principio, cuando el cuerpo aún no se calienta, se siente el esfuerzo; pero luego llega un punto en que el cuerpo se armoniza, cada uno de los órganos cumple su función y la mente se libera; y es en ese silencio que surgen los pensamientos más profundos que se pueda tener. Es una experiencia liberadora.
Pasaban los días y yo cada vez me sentía más contenta; lo único que deseaba con ansias era que este viaje no terminara. Sin embargo, las comodidades iniciales debían acabarse y, en su lugar, venir el frío, las carpas, los baños improvisados. Esto era parte del viaje, a lo que veníamos.
Llegamos finalmente a Lobuche, a 4.900 m. Recuerdo que fue uno de los días más duros y que fui de las primeras en llegar al Tea House. Me sentía orgullosa del esfuerzo de esa jornada que fue larga y cansada. Llegamos bien, con mucho ánimo. Sin embargo, esa noche empecé a sentir un fuerte dolor de cabeza que yo consideraba normal porque ya estábamos cerca de los 5.000 m. No pude dormir bien y, al día siguiente, había perdido el apetito por primera vez en todo el viaje.
La siguiente jornada era de cuatro horas desde donde estábamos hasta el CB, donde nos esperaba el almuerzo. Yo decidí ir despacio porque me sentía cansada, lo cual lo atribuí a la altura. Llegué al CB feliz de haber alcanzado el objetivo. Nos abrazamos de felicidad con los chicos de la expedición; nosotras por terminar el trekking de ida y ellos por encontrarse a los pies del Pumori para comenzar, ahora sí, el objetivo mayor. Era una tarde brillante, el Pumori estaba despejado y el Everest mostraba su rostro oscuro. Yo me fui a descansar a la carpa porque sabía que tendría cuatro días para tomar fotos.
A partir de ese momento todo cambió para mí. No me sentía bien. Me levanté para ir a la carpa cocina, donde todos se habían juntado para cenar, pero me costó ponerme los zapatos. Llegué a la carpa cocina mareada y me senté en la primera silla que encontré, pues sentía que me iba a desmayar. Trajeron la cena, pero yo no podía comer nada, sentía náuseas. Ese rato, los demás, que estaban muy contentos por el CB, se dieron cuenta que yo no estaba bien. El Ossy y el Joshua me revisaron y determinaron que, efectivamente, mi nivel de absorción de oxígeno y mi pulso eran bajos, y que mi cuerpo no se estaba recuperando. Frente a esto, lo recomendable era bajar.
La noche fue un infierno. Tenía una tos terrible que no me dejaba en paz, una congestión que no me permitía respirar, sentía líquido en los pulmones y el corazón me palpitaba a mil por hora. Estaba aterrorizada, no solo por los síntomas, sino también por las historias graves sobre edema pulmonar y complicaciones en la altura que había escuchado. Además, sabía que estaba lejos de cualquier poblado donde pudiera recibir atención.
Al siguiente día sin sentir ninguna mejoría la decisión evidente era que tenía que bajar, porque no se podía arriesgar y yo no lograba recuperar el nivel de oxígeno.
Todos me daban ánimos y me decían que apenas baje 1000 metros me iba a recuperar de inmediato. No pude desayunar, el estómago no me aguantaba nada y apenas pude comer una cuchara de mermelada para comenzar a bajar. Salimos a las 10 am hacia un pueblito pequeño que se llama Pheriche a 4.200 metros. Me acompañó nuestro guía Nima, el porter que llevaba mi maleta y el Edú que me acompañaba para luego regresar al campo base.
La morrena de se me hizo eterna, bajar por las piedras en ese estado era una tarea que se había convertido en una proeza. Ya no me importaba el paisaje, ni las montañas, lo único en lo que pensaba era en llegar porque me costaba tanto cada paso. Simplemente dejé de disfrutar y la prioridad se convirtió en bajar para poder sentirme mejor. Al ver que yo iba tan despacio se comenzaron a preocupar, en la primera parada tomé un té y medio chocolate para poder recuperar algo de energía pero pese a que ya estábamos como 400 metros más abajo yo no me sentía mejor.
La falta de oxígeno es algo extraño porque el cuerpo empieza a tener una serie de reacciones. Antes de bajar mi amiga Kari me dijo que estaba con los labios morados, y blanca como el papel, comencé a sentir una sensación de hormigueo en manos, pies y mejillas que nunca había sentido en mi vida. Además, cuando recuerdo como estaba es como si todo a mi alrededor sucedía en cámara lenta.
A las 4:30pm llegamos a Pheriche, yo con una sensación de alivio porque ya no podía más y el resto ya tranquilos para descansar la noche para al siguiente día otra vez volver, a excepción de Nima quien se quedaba conmigo para continuar bajando. Pese a que estábamos un poco más de 1000 metros más abajo yo no me sentía mejor, pasé una noche horrible durmiendo sentada para que no me dé tos. Aun así la tos era más fuerte, y con una fuerte congestión. Yo sabía que no estaba bien y que necesitaba antibióticos por el color de los fluidos, aun así hasta ahora no se porque no fui donde la doctora en Pheriche para que me vea y decidí continuar hasta Namche, mi siguiente parada. Seguramente la falta de oxígeno no me dejaba pensar con claridad, luego de una muy mala noche y sintiéndome mal, igual decidimos seguir hasta Namche con al menos 8 horas de camino.
Me despedí del Edú, él tenía que regresar al campo base, aunque no nos íbamos a ver en muchos días no dije mayor cosa, no hubo llanto ni drama, así de mal estaba esa no es una reacción normal. Pero mi organismo estaba en estado de alerta, yo en ese punto estaba en peligro y sabía que tenía que seguir bajando para mejorar, así que la única solución era continuar hasta Namche que está a 3.500 metros.
Ese día debe haber sido uno de los más difíciles de mi vida, sin exagerar yo no me había encontrado antes en una situación en la que me sintiera más vulnerable y sola en mi vida. Lo que solo unos días antes significó total alegría y satisfacción caminando con energía, ese día fue totalmente opuesto con un cúmulo de esfuerzo más allá de lo que yo ahora puedo comprender, sufriendo, tosiendo, con dolor y con miedo. Sin alargar mucho el relato, llegamos con el paciente Nima a las 6:30 de la tarde a Namche con los últimos vestigios de luz, dando gracias a Dios como nunca antes porque sabía que ahí iba a comenzar a recuperarme. Me di un baño caliente, un total lujo en esta zona, me abrigué y bajé para tomar sopa en el restaurante aunque seguía sin hambre. Le pregunté a Nima si había algún médico en Namche para consultarle sobre mi congestión. Enseguida llamaron a la doctora que ventajosamente fue ese mismo rato hasta el hotel.
Midió mi nivel de oxígeno y continuaba en 68 cuando lo mínimo que debía tener era 85, jadeaba no podía respirar bien. Además, tenía fiebre que era el síntoma de una fuerte infección de las vías respiratorias. Conclusión tenía que tomar antibióticos, me dieron una botella de oxígeno, pastillas para la fiebre, mucho líquido y descanso.
Aunque existía la posibilidad de llamar a un helicóptero por medio del seguro para que me lleven hasta Katamandú sino mejoraba, ventajosamente después de tres días de descanso, sopa de pollo, antibióticos y los cuidados de Nima que fue mi ángel de la guarda finalmente me sentí mejor y mi nivel de oxígeno subió a 84, aunque la tos no me dio tregua hasta como el quinto día.
Después llegó mi amiga Kari, ella sí cumpliendo el itinerario previsto de inicio y juntas bajamos hasta Lukla para tomar la avioneta que nos llevaría a Katmandú. Esa parte del caminos estuvo larga, cansada y con lluvia así que de igual forma lo único que queríamos era llegar para poder cambiarnos la ropa mojada y tomar un chocolate caliente.
Ahora ya en Katmandú a pocas horas de viajar de regreso a Quito ya totalmente recuperada tengo varias reflexiones en la mente y el corazón. Esta ha sido una de las experiencias más fuertes de mi vida, y realmente de no haberme enfermado pudo haber sido un viaje de turismo más lleno de fotos, compras e imágenes. El hecho de haber enfrentado una situación difícil le dio un peso diferente a este viaje, me ha hecho pensar más profundamente. No siempre la vida nos presenta las circunstancias tal como lo planeamos, de hecho nuestros planes no tienen ninguna validez si algún factor es simplemente distinto a lo que teníamos en mente. Lo importante es tener la valentía de enfrentarlo y tomar las decisiones adecuadas, y en mi caso doy gracias a Dios porque hubo gente muy buena que se preocupó y cuidó de mi siendo totalmente extraños sin ellos sencillamente no hubiera sobrevivido, solo ese hecho me da gran esperanza en la vida y en la humanidad. Dios bendiga a estas personas que me ayudaron con tanto desinterés.
A los chicos de la expedición espero lean el blog, sé que les espera unos días difíciles por el clima pero confiamos que todo siga saliendo bien, son fuertes y lo van a lograr. No saben cuanto les pensé y extrañé en los días que pasé sola, pero ya nada así mismo era el plan. Les acompañamos con nuestras oraciones.
Edú, mi amor, ya salí de esta ya estoy de regreso, pero la aventura no termina hasta que estés de vuelta en la casa. Te extraño tanto, ya quiero verte pronto y es difícil regresar sin ti. Te pido que te cuides mucho para pronto volver a estar juntos, sé que esta experiencia ha sido un sacudón para los dos que nunca vamos a olvidar. Te amo mi vida.
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El Grupo Ascensionismo del Colegio San Gabriel lleva 65 años de continua actividad montañera y como grupo a organizado expediciones a Los Alpes, Aconcagua, Mackinley en Alaska, Cordillera Blanca del Perú y Cordilleras de Bolivia y ahora nuestros objetivos nos llevan a la Cordillera del Himalaya en Nepal.
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4 comentarios:
Lore: quiero compartir un pequeño pensamiento, no se el autor, pero me parece que va acorde a tu experiencia reciente.
"Ser feliz es reconocer que vale la pena vivir la vida, a pesar de todos los desafíos, incomprensiones y períodos de crisis.
Ser feliz no es una fatalidad del destino, sino una conquista de quien sabe viajar para dentro de su propio ser"
Creo que es ese viaje hacia tu interior a pesar de las adversidades estoy seguro que te sentiste FELIZ por conocer más de ti mismo y por supuesto por haberla superado, un fuerte abrazo a ti y muchas energías positivas y bendiciones para los expedicionarios.
PD. Pregunta para Mauricio, se han comunicado con la radio sucesos?, le acabo de enviar un e-mail a Ramiro Diez con el blog para que comente y de seguimiento a la expedición en su programa.
Hola Lore:
Gracias por compartir. Felicitaciones en lograr tu meta y superar los deafios que tuviste que enfrentar. Me alegro mucho que hayas recuperado bien. Fuiste muy fuerte. La montana, sea en la base, o en la cumbre... siempre nos ayuda a conocernos (uno mismo) mas profundamente de lo que uno puede explicar. Es una cosa magica ;-)
Ojala nos veamos pronto. Yo tambien sonaba (sueno) en el llegar a campo base y algun dia lo lograre :-) hasta mientras cuando nos veamos nos cuentas ;-) Cuidate!! - Cristina
Rene Amador Navarro.
Para todos los integrantes, Expedición Pumori 2010:Marco ,Peter,Ramiro ,Joshua,Esteban,Oswaldo ,Mauricio,Marco ,Sonia ,Carla ,Santiago.
Seguimos Orando a Dios ,a Maria y a todos los Espíritus Superiores .
Por su ejemplo de lucha de segundo a segundo ,disfruten de la belleza de nuestra Madre Tierra y que la paz que sienten ,nos la transmitan a todos ,para ti mi amigo y hermano Luis Eduardo (Edu).
Que grande Lore..., que bien. Felicitaciones por atreverte a hacerlo, a llegar a ese punto, a embarcarte en ese viaje incierto. Que bien.
Me gustó mucho lo que escribiste, fue muy emocionante ese punto de vista de la expedición.
Edú regresará bien de seguro.
Un abrazo.
att
rafael soria
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